EDUARDO LANGAGNE: INVITACIÓN A LA LECTURA DE UN EXCELENTE POETA

EDUARDO LANGAGNE: INVITACIÓN A LA LECTURA DE UN EXCELENTE POETA

Con disciplina y respeto voy a hablar de Eduardo Langagne, el poeta mexicano, que sin haber cumplido los 30 años ganó en 1980 el meritorio premio Casa de las Américas, de Cuba, con su libro Donde habita el cangrejo. La poesía, la narrativa, las traducciones y otros ejercicios maestros le han granjeado importantes lauros como el  Premio Nacional de Poesía Aguascalientes. que obtuvo en 1994, con Cantos para una exposición, Todo esto y las canciones escritas que nos han llegado en las voces de valiosos intérpretes, así como sus tantísimos libros, llenarían páginas de elogiosas reflexiones en las cuales no es mi objetivo caer ni mi tiempo alcanzaría para hacerlo aunque quisiera. Sólo me referiré en este comentario a mi conmoción ante  dos impresionantes libros: Recuerdo el fuego y Sobre la mesa del tiempo que, con ese objetivo marcado de comentar en letras lo que más me conmueve de las obras que leo, me han inquietado y tras un infructuoso intento de decir lo que pensaba de la mejor forma, vuelvo al ruedo desechando lo planteado en una incursión anterior sobre la obra de Langagne y sobre esos libros que también me han remitido a otros donde se me ha hecho grato comentar algunos poemas.

La poesía brota de Langagne de una forma depurada y precisa, y lo que es más importante, nos va atrapando con la paz y la serenidad de sus palabras. Vemos cómo desde muy joven, en el poema, «Estos años» ya estaba su voz poética demostrando su valía: «Aunque mi pensamiento es sólo el de un adolescente, / hace florecer las plantas, / abre las flores y provoca que el limonero del jardín / dé limones más dulces y más grandes». Y yo digo que también a nosotros sus lectores nos florecen las emociones cada vez que nos acercamos a cualquiera de esos poemas. Estamos seguros de que la poesía humaniza, tanto si se crea o solo se disfrute al leerla o escucharla en la voz de un buen amante de ella. A mí me da la impresión de que el poema fue creado por Langagne vivido y bañado con el más puro arte depurador antes de dejarlo salir. No es por gusto que tiene esa biografía que comienza a crecer desde el premio Casa de las Américas en 1980  y después de recibir el premio de poesía de Aguascalientes, el más importante de su país, y de otros tantos lauros y homenajes que no voy a detenerme a mencionar, obtuvo en mi Cuba, además,  otro   premio Casa de las Américas en el año 2016.

Antes de entrar por la puerta de la luz que deja abierta Langagne en sus libros Recuerdo el fuego y Sobre la mesa del tiempo, quisiera traer aquí el primer poema suyo que recibí para mi disfrute:

 

PIEDRAS

 

no tenemos la casa todavía.

tenemos piedras; algunas.

trozos de pan, algo de vino tenemos

pero la casa no;

sin embargo tenemos oscuridad,

porque luz no tenemos todavía;

tenemos algunas lágrimas y besos.

otras cosas igualmente ridículas tenemos,

pero la casa no. quizá

paredes que se levantan muy despacio,

mas no tenemos casa todavía

donde encontrar el frío, la soledad,

la lluvia,

pero arriba,

un cielo como sábana tenemos

y abajo un infierno delicioso

por donde deambulamos

recogiendo piedras.

 “hoy no me llevas, muerte, calavera,

no me voy, no quiero ir.

hoy no voy ni entrego mi barco de papel,

mi brazo, mi guitarra, hoy no,

hoy solamente tiro piedras,

poemas,

muchas piedras contra tu rostro

—no niego, dulce rostro—

tiro piedras,

me arranco el corazón y te lo arrojo.

hoy no, muerte, hoy no voy, no quiero,

necesito hacer la casa.”

y estoy vivo

cuando arrojo palabras, muchas palabras.

fuego.

 

El poeta está fabricando la casa del poema y sabe que posee para ello su barco de papel que no quiere entregar porque en él montó sus sueños y los echó a navegar, prefiere tirar piedras y hasta arrancarse el corazón y arrojárselo a la muerte, cuando solo pide construir la casa donde arrojar las palabras. El poeta necesita tiempo. Este es el laberinto en el que se encuentra cualquier ser humano, las distintas ideas desoladoras ante lo que no está en ocasiones al alcance de nuestras posibilidades, el infierno de cada hora que nos lanza llamas para «el ser poesía» que se levanta y no se deja morir y el joven poeta dice: «y estoy vivo / cuando arrojo palabras/muchas palabras. / Fuego» Sí, y es que la casa del poeta es el oficio, ese que el verdadero siente que no alcanza porque como dijera Michel de Montaigne, y lo que alguna vez he mencionado, «Saber mucho da ocasión de dudar más», y así lo expresa Langagne en un poema que hemos disfrutado más allá de la lectura de los libros a los que nos referiremos en este estudio:

EL OFICIO

Tengo una mesa.
Puedo escribir tengo una mesa.
Tengo una silla.
Puedo escribir tengo una silla.
Aún más:
Tengo papel y tinta.
Puedo escribir sobre el papel y con la tinta.

Pero la poesía me dice
que ella no está en lo que ya tengo.
La poesía me dice
que está en lo que me falta.

El libro Recuerdo el fuego nos abre la entrada con una ternura que mueve la sensibilidad de cualquiera cuando vemos que el poeta solo vive el momento, que logra borrar todo temor, toda desconfianza ante lo que pueda ocurrir para disfrutar la compañía de la amada; en su poema «Testimonio»: «Aun si supiera / que el mundo / explotará esta noche, / hoy también te diría / con un beso / hasta mañana».  Este es el hombre sentimiento que se entrega y exalta sin ingenuidad todo cuanto lo rodea, y lo que le rodea no es solo el amor por la pareja, es el dolor por lo inicuo de una sociedad que empezó a conformar las injusticias humanas desde el principio de su creación. Este poeta, que aparece en algunas ocasiones intimista, logra estremecernos la conciencia ante las injusticias. Es así que en el largo poema «Niños exiliados» hace evaluación de la guerra. Dejemos que algunos fragmentos sean una incitación a su lectura. Langagne nos alerta, nos habla de los niños que fueron arrancados de su tierra española:

«Un cuchillo era la guerra» […]: Su infancia terminó cuando sonó un disparo, / aprendieron los nombres feroces de la guerra,/ conocieron el hambre, las cárceles, el odio […] Crecieron. Su memoria optó por estar viva; / tuvieron que inventar otra vez el olvido, […] / transformaron más tarde sus juegos, sus palabras; / otra cultura entonces les abrigó los sueños.[…] ay, Dolores España, que nombre más doliente / para cualquier abuela. En Picasso se expresa / un nombre como ese. Ahí viene mi abuela. / No conoció la patria que llevó su apellido  / ni tuvo la fortuna de viajar. Solo pudo / navegar en un lago un poco a la deriva, exiliarse en su alma, cubrirse con el polvo / para fundar su estirpe. Lindos ojos azules / que miraron la noche para entender la luna».

El poeta derramó palabras, cultura y sentimientos, removió la historia que ahora no solo es la española, porque la guerra se universaliza de distintos modos y así nos reporta el poeta la crueldad de la guerra con síntesis verbales y sin aspavientos, nos la deja caer para que no nos olvidemos de que como la muerte natural, ella siempre está ahí, andando a nuestro lado, amenazando nuestra paz.

Qué hombre es este, este hombre poesía, que toca con vara mágica las entrañas de las vicisitudes de la vida o vive la plenitud del amor, y que es el atento y delicado para decir elogios o ayudar a una dama a bajar un peldaño, el que relata un suceso sexual o sensual con tanto valor poético y terneza como si dijera flor. Corrobora lo que planteo, el poema «Un canto por el hombre que bebía música», que al final nos dice: «Su pecho se agita finalmente / y su puño se crispa como un  nido apedreado / donde agoniza el trino de un gorrión de viento». Ese puño que se crispa como un nido apedreado, ese trino de un gorrión de viento es uno de los símiles eficaces que utiliza Langagne; y qué decir del uso de la metáfora límpida, y por solo citar un ejemplo traemos la del final del poema titulado «Y la distancia ya no será distancia»: «Entraré mi guitarra en esa casa / de Bernal, provincia Buenos Aires / para cantar con los muertos, / los vivos / y demás endurecidos por el fuego».

Tras leer la  poesía de Langagne y conocer de sus premios salí en busca de  diversas opiniones, y llegué a la obra de otros autores, estuve con su coterráneo Octavio Paz, sobre todo en Calamidades y milagros (1937-1947) y Entre la piedra y la flor en cuya primera sección encontré el poema «Amanecemos piedras», donde Octavio Paz  escribe: «Entre la piedra y la flor, el hombre / el nacimiento que nos lleva a la muerte,/ la muerte que nos lleva al nacimiento». Así hemos visto que Langagne en el citado poema «Piedras» comienza diciendo: «no tenemos la casa todavía./ tenemos piedras;” también la polaca Wislawa Szimsborka en  «Conversación con la piedra» expresa: «Toco a la puerta de la piedra./ soy yo, déjame entrar./ quiero penetrar en tu interior,/ mirar a mi alrededor, / aspirarte como un soplo». Paz, Langagne y Szimsborka han querido concretar lo espiritual y caer entre la piedra y la flor. En esta búsqueda, entre algunos de los grandes poetas que se avienen a mi gusto, descubro que entre los mencionados y Langagne existe un motivo que los distingue: la forma de poetizar sobre  el amor, el sentimiento doloroso ante las pérdidas familiares o de amigos y el tratamiento filosófico en busca de mejorar los problemas que históricamente van en contra de la naturaleza humana. Estamos hablando de poetas que, uno con vidas menos exasperante que la de los otros dos, se montaron en el mismo barco de papel de la infancia y han navegado en el mar de los disturbios de igual siglo y tocados por muy similares conmociones. No hay otro ánimo.

Para hablar sobre lo que más me impresiona del libro «Sobre la mesa del tiempo» no trataré de encontrar puntos comunes entre este libro de Lagagne y otros autores. Después de haberlo leído y disfrutado, me detengo en lo que más quisiera llamar la atención de esa variedad de sensaciones que afloran desde sus poemas: En este poemario está el amor está el amor sexual y sensual donde Langagne se ubica en el momento poético de la ironía: «Una vez lo dije pero ahora ha vuelto a suceder: Esa mujer pasaba con su aroma / Un día trajo / Sus labios acostumbrados a la guerra / y un ciclón adentro de su blusa / entonces sobrevino la catástrofe». Qué bien que el poeta haya balanceado en el libro tanto un tema satírico como uno amoroso o de índole dolorosa tal las conmociones vividas al perder a un amigo, ese que al verlo la última vez, hestábamos seguros de que volveríamos a encontrarlo y de pronto el poeta no los trae en el poema titulado «Para Ernesto Gutiérrez»:

 

Cuando Ernesto Gutiérrez me habló de Mallarmé 

caminando Reforma, me gustó Mallarmé, 

los adioses, las iras de los dioses antiguos.

Nos despedimos luego y Ernesto me decía que uno no sabe nunca

        si ha de volver a verse […] 

años después, no muchos, en Brasilia busqué 

a mi Ernesto Gutiérrez. Y no he de verlo más. 

La tierra lo tiene igual que a las semillas. 

Uno no sabe nunca si ha de volver a verse.

 

Estoy segura de que todo el que lea este poema lo siente como suyo, y ese es uno de los más grandes logros de la poesía, hacer uso de su facultad para trasponer al papel o a la improvisación los sentimientos y emociones que no todos están aptos para expresar artística y conmovedoramente.

Hablando de improvisación, conocemos que Langagne ha participado en encuentros de decimeros y verso improvisado, perfecta forma de entrar en el mundo de la poesía porque ese ritmo que se mete en la sangre del que hace buena décima es imprescindible para ser considerado buen poeta, ya que no hay nada más difícil que una buena décima ni nada más desagradable que un poema prosaico, seco, dígase en ellos lo que se diga y ni qué decir de un buen soneto y he aquí dos excelentes pruebas del dominio de Langagne en este tipo de poesías, la primera es la décima titulada: «¿Qué hago con mi corazón? ».

 

¿Qué hago con mi corazón?

¿Lo dejo que siga inquieto?

¿Lo impugno duro? ¿Lo reto?

¿Lo incluyo en esta canción?

Cuando toda su expresión

es separarse de mí

y hacer todo para sí

sin ni siquiera inmutarse

¿Cómo pudo enamorarse

si yo no se lo pedí?

 

Y el siguiente: «Soneto del domingo» no requiere comentario:

Llega el domingo con su magia absorta,

me habían contado ya de su llegada,

del fatídico tedio de la nada,

del derroche del mundo que lo aborta.

 

No hay voces que resuenen en la corta

humedad que se expresa desolada,

no hay palabra que venga estimulada

por la sangre que ahoga en esta aorta.

 

Mi alma no ilumina, estalla muerta.

No supo cómo afrontaría este reto:

el corazón que juega nunca acierta,

 

este domingo permanece quieto

con su ironía de sol tras de la puerta.

Ya voy a terminar este soneto.

Habría mucho para ilustrar, lo mismo del poeta como de la poesía del poeta, habría que hablar de su literatura para niños y de tanto más de Langagne, que todo intento de abarcarlo se me haría imposible. Sea este solo un breve apunte para llamar la atención a quienes no se han acercado aún a su vida y su obra. Si bien no he alcanzado cuanto deseaba ya he cumplido mi objetivo, que es el de invitar al lector de poesía para que disfrute de esa visión estética y  honesta que Langagne nos regala. Para cerrar traigo como broche el poema «Muerte de Rilke»:

 

¿Dónde leí que Rainer María Rilke murió

por la infección que le produjo pincharse la mano

con la espina de una rosa?

 

La rosa no viene a mi poema,

Viene la espina de la rosa.

Pero no llega hasta el papel la espina,

Se clava en la palma de la mano

De Rainer María Rilke.

De ahí brota una gota de sangre

Y se escurre a mi poema

Una mínima rosa.