PASAJERA LA LLUVIA, DE LOURDES GONZÁLEZ

PASAJERA LA LLUVIA, DE LOURDES GONZÁLEZ

Lourdes González Herrero, poeta, novelista y cuentista nacida en Holguín, Cuba, en 1952, ha sido varias veces premiada en cada género donde recrea sus inspiraciones literarias. He aquí que al llevar a cabo esa disposición con la que, en ocasiones, quizás por un despertar de inspiración ante libros que apasionan mi gusto, no puedo abstraerme de comentarlos y, sin ningún pronóstico de logro, empiezo a escribir, tratando de atraer con específicas técnicas y/o sensitivas razones a los lectores que se acerquen al libro no solo ya por su valor, sino también por el criterio, con el que puede estar de acuerdo o no, de ese otro que lo leyó y tuvo algo que decir del mismo. No creo poder escribir o hablar de lo que no me conmueva, y tal es el caso de la antología Pasajera la lluvia, obra de la primera juventud de Lourdes González Herrero.

Al plantearle a Lourdes que quería escribir sobre este libro, junto al envío digital me adjuntó lo que yo considero un poema patético que me ayudó a adentrarme en un sentimiento de comprensión ante lo que la autora quizás se reconvino en el momento en que lo escribió. Lourdes expone:

Empecé a decir que escribía cuando ni siquiera había sentido el impulso de hacerlo[…] Después ya dejé esa conducta mitómana, y fue muy sencillo renunciar a ella porque era sólo una entelequia […] En 1972, una tarde […] asomada a un balcón […] de Santiago de Cuba, […] Fue en ese instante que aprehendí la vaga sensación de poder que acompaña a la escritura, y rápida anoté algunas palabras que en la noche ya conformaban un poema que mi voz extrañada leía a mi compañero […] sin conciencia de hallarme en el principio de un camino largo, arduo, dilatado, confuso.

Y de esa lectura salté al famoso hidalgo D. Quijote de la Mancha, a sus entelequias y otras tantas fantasías, recreadas por Cervantes, porque no hay nada de mitomanía en lo que Lourdes contaba, como no la hubo sobre todo en este primer Quijote, quien parece que no es capaz de distinguir entre la realidad y la invención, pero que seguro estaba creado, formado en la mente del escritor al que no le quedaba otro remedio que dejarlo salir. Esa es la realidad de la creación y si la acompaña la mitomanía pues todos los creadores somos mitómanos.

¿Quién pensando en lo que quiere hacer en un momento determinado no lo «ve» como hecho? De ahí los versos u otras ideas escritas en cajetillas de cigarro, en la parte blanca de los periódicos, en un papel que arrastrado por el aire se pone al alcance del creador. Lourdes «escribía» solo que no  había llevado la obra al papel, esta obra estaba  creándose en su interior, indicándole el camino que estaba obligada a seguir. No pienso en la mística, pero lo que no tiene explicación en la realidad uno le busca un nombre y Lourdes lo llamó mitomanía. Ella comenzaba a ser la gran lírica, la que conmueve con sus sensaciones, que para nada son simples lamentos, son poesía, metáforas bien captadas y otros tantos recursos con los que juega, y como Rubén Darío escribiera: ¿quién que es, no es romántico?  Yo digo: ¿Quién que es, no es lírico? Por tanto, como Lourdes es, Lourdes es lírica.

Lourdes no se inventó escritora, Lourdes lo era, ella creaba su realidad poética como Don Quijote creó a un Sancho, una Dulcinea, múltiples encantamientos y hasta cayó en los tormentos de las burlas. Fueron esas ingeniosidades quienes, al llevarlas a la obra escrita, hicieron famoso a Cervantes. Quizás tampoco Lourdes habría podido comenzar a escribir sino para hacer creíble esa utopía. Tenía que flagelarse para pagar su pecado y quedar bien no con ella, que estaba formando la obra en su interior o la tenía lista para dejarla salir, sino con aquellos a quienes según su criterio había engañado.

Demos gracias a Lourdes, gracias por su mitomanía primaria que, aunque quiso huir de ella y lo hizo por trece largos años, la obligó a ser escritora, y ¡qué escritora! ¿Acaso no le han dicho que ya no morirá más que de carne y hueso? ¿Que ya es parte imperecedera de la cultura cubana y quién sabe si más allá?

Pero este escrito no pretende convertirse en un galanteo a la obra de Lourdes, a la Lourdes que al empezar a escribir Pasajera la lluvia nos dice que: «mi origen es un pozo».  Y de allá venimos los poetas como también venimos del mar de Vallejo cuando este nos dice: «Me desvinculo del mar / cuando vienen las aguas a mí». Y Lourdes escribe: «Me doy cuenta / que siempre comienza a llover, / cuando necesito del mar / que hacen las goteras en mi piso».

Es que Lourdes sufrió la falta de tanto como la sufrió Vallejo, quien cantó como ella a las vivencias cotidianas, a su vida familiar y lugareña, al paisaje tierno y apacible. Por eso él en ese libro único que exhibe el modelo patético del sufrimiento con total impudor en las palabras: Los heraldos negros, se lamenta: «Hay golpes en la vida, tan fuertes […] Yo no sé»;  Y continúa: «Son pocos; pero son […] Abren zanjas oscuras / en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte»Al final, a Lourdes, los golpes de su vida la hacen decir: «Que las estaciones están marcadas en mis ojos por las tejas ausentes del techo».

El poema que da título al libro:« Pasajera la lluvia», puede parecer fácil, sencillo, porque en él se siente el rubor de la joven Lourdes, rubor convertido en desgarramiento porque siente el desamparo de habitar una casa ruinosa y pide: «Pasajera, / regresa a cambiar la fachada de casa, […] Ven que convalezco aún de estas pequeñas muertes cotidianas […]»  Y es que es así, los poetas no pueden dejar de versificar sobre sus «pequeñas muertes cotidianas» imbuidas  por el desamor, la pobreza económica o de compañía, que, en ocasiones, nos atan las manos del tiempo de hacer el arte que deseamos. Aun los que más niegan su apego a la lírica, de alguna forma, la tocan para reflejar esos sentires.

Y es que el poeta riega su árbol poético con palabras que se convierten en savia prodigiosa para que el amor no caiga en el pozo de la muerte. Juan Gelman expresó: «Todo mi dolor ha pasado a la literatura». Ojalá esta sentencia se haga realidad en Lourdes y pueda olvidar aquel techo de un menesteroso pasado: «Los mil ojos que abre y cierra mi techo / ven la noche de cerca, / entrevistan al frío, / cuestionan la nobleza».

La casa de Lourdes y su ciudad eran su mundo cuando escribió este poemario, poemario que recoge pasajes que por su laboriosidad y tierno cuidado parecen haber sido escritos para niños, y no creo que alguien sea tan tonto de pensar que un poema para niños sea fácil de escribir, puede ser fácil de leer, pero como dijera el escritor español Enrique Jardiel Poncela: «Lo que se lee sin esfuerzo ninguno, se ha escrito siempre con un gran esfuerzo».

He aquí un poema al que quiero  referirme: «Notas sobre el mutismo», donde la poeta pinta con su pluma de aquel momento el paisaje que la rodeaba, con sus tendederas, y donde los gallos no cesaban sus rezos. Lourdes pinta el sitio ahogada por la emoción, esa que nos abraza sin que entendamos a veces por qué, esa avidez de equidistancia que pienso que hay que ser artista en potencia para poder expresarla y que Lourdes enuncia con zeugmas, al parecer simples, y con exquisitas y tiernas metáforas, como cuando dice: «Un pequeño tambor toca las nubes, / una linterna alada llena de luz el cielo / y baja el agua dulces senderos de aire».

En la sección del libro titulada «Tenaces como el fuego» ya podemos vislumbrar el rostro de la segunda Lourdes. Si el alemán Charles Bukowski, el «viejo indecente», como él mismo se calificó en su clásico Escritos de un viejo indecente, en su texto «Un Poema es una ciudad» nos dice: «un poema es una ciudad llena de calles y cloacas, / llena de santos, héroes, pordioseros, locos, / llena de banalidad y embriaguez, / llena de lluvia y truenos y periodos», y  termina por decirnos: «un poema es el mundo… » Y he aquí donde Lourdes, marcando una explícita diferencia ve que: «el mundo es un lugar lleno de niños», aquí sentimos que con sus palabras la poeta higieniza de maldad su mundo.

Sin que llegue a convertirse en leitmotiv, nos llama la atención en los neologismos utilizados por Lourdes en este poemario el uso frecuente de la palabra almohada: «Es raro que en el galope de mi almohada/ya no suenen mis potros», nos dice Lourdes en el poema titulado «Mis potros», de la primera parte de este libro. Al final, después de tropezar varias veces con esta palabra, nos encontramos el poema en prosa «Consejos a un poeta», que abre y cierra aconsejándonos: «Acomoda tu almohada y deshaz sobre ella tus sueños. De nada servirán al despertarte, de nada servirán» Y cierra el poema diciendo: «Mantén siempre cerrado el lugar que te albergue, para que cuides bien la almohada donde desgranarás tranquilamente los sueños que, te advierto, de nada te servirán al despertar».

Necesidad de abrigo, de descanso, por esas labores cotidianas que limitan la búsqueda de una nueva forma de decir, vicio de quienes estamos ante una interrogante y la hora del sueño sale en busca de una respuesta, que, según Lourdes, «quizás de nada nos sirva al despertar».

Salvo los últimos poemas en prosa, encontramos en Pasajera la lluvia una unidad que no nos aburre, justo porque la creación va in crescendo y con exquisita levedad nos deposita en una prosa poética depurada en la que se nota ya el camino hacia la madurez, de la cual nunca dejará de sorprendernos el germen de sus logros y que vemos como trascendental en el poemario En la orilla derecha del Nilo, que sigue a otras obras poéticas como La semejante costumbre que nos une, Una libertad real, La desmemoria, Papeles de un naufragio, etc. Pero ya de estos libros no vamos a hablar, como no hablaremos de los que le suceden, entre los que se encuentran Afuera sangran los caballos.

Según el escritor Manuel García Verdecia, En la orilla derecha del Nilo es un «Libro donde se suman estado de gracia, experiencia agónica –en el sentido unamuniano de lucha del existir–, diálogo del sujeto lírico y los otros, y lo otro. Es una obra que semeja el inventario de un estado de cuentas, o mejor, un estado de vida».

Sé que a Lourdes le quedan muchas obras por escribir, tanto en poesía como en prosa y pienso que como hasta ahora seguirá descollando como la escritora a quien le esperan los más merecidos logros, por no hablar de insustituibles y merecidos premios.

LOURDES GONZÁLEZ