UN PASEO A TRAVÉS DE  LA OBRA DE MARÍA ELENA LLANA

UN PASEO A TRAVÉS DE LA OBRA DE MARÍA ELENA LLANA

María Elena Llana, según mi concepto, es un símbolo de la clarividencia. Una dama heroica que se ha enfrentado siempre a los más riesgosos asuntos de las letras. Incluso a la subvaloración en los años sesenta y setenta, cuando escribió para la radio, erróneamente considerada un vehículo menor, medio en el cual desarrolló una amplia labor de extensión cultural, haciendo fieles adaptaciones de la gran narrativa mundial. Allí obtuvo galardones nacionales con originales de  teatro y temas históricos. Por entonces, las voces de los actores llevaban el aliento de los clásicos a aquellos que hasta entonces solo habían tenido acceso al arte de vivir. Si bien ya no cultiva el periodismo con la amplitud  del profesional activo, su refugio en lo cultural nos regala, además de crónicas y reseñas, una viva forma de entrevistar, en la cual en cada pregunta emite su propio juicio sobre las artes, la historia o la literatura, y cualquier inevitable balbuceo del «entrevistado» quedará en el ámbito privado de un amable conversatorio.

Es atrevido el intento de hablar de esta mujer, conocedora de otras artes como la de la pintura, ya que también pasó por la estricta Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro y aún acompaña su árbol de navidad  con cuadros sacramentales pintados por ella sobre reyes magos y otras alegorías. Y si nos detenemos a escucharla, como un arte valiosísimo, quedamos atrapados en su atrayente elocuencia. Este retrato, quizás no nos enmarque a la María Elena Llana, nacida en Cienfuegos, Cuba, en el año 1936, quien mantiene una fuerza vital codiciada y un signo de razonamiento insobornable.

Para completar el retrato de María Elena Llana en cuanto a su labor cultural, que la hace merecedora del permio nacional de literatura, dadas  las tantas medallas que decoran su vitrina, tendríamos que hablar de sus cuentos, pasar por una de sus Casas del Vedado (título de su segundo libro) y verla colocando todo en su lugar: mesas, sillas, utensilios domésticos, conversaciones telefónicas o «en vivo» con amigos, rabietas con la computadora y la impresora (porque ella tiene que leer en el papel lo que escribe, uno de los rasgos característicos de algunos escritores) o discusiones con hijos que, en fin, son las mismas de todos los padres del mundo como consecuencia de las diferencias generacionales. Lo que muchos no conocen es que María Elena también incursionó en la poesía y que con el único libro que escribió recibió mención en el Premio Julián del Casal, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, pero que nadie piense que dejó de ser poeta. Si la poesía es sugerente, envuelta o no en métrica, esta escritora no nos permite leer sus libros de cuentos sin convocarnos a no pasar por ellos, sino a detenernos, a reaccionar o a volver a leer algún que otro párrafo por su capacidad de reflejarnos a nosotros mismos. Y justo eso fue lo que me acercó a la María Elena cuentista y sólo después de conocerla, de ser su amiga, fui acercándome a la multiplicidad de atributos o naturales defectos que incrementan su biografía.

No es mi pretensión comentar como experta en obras narrativas la cuentística de María Elena Llana, pero sí dar fe de lo que me impresiona de ella, que pienso sea de mayor significación que un análisis frío de reglas formales que cada escritor aplica a su manera. Quienes disfrutamos de sus obras con la supuesta cultura necesaria, no nos paramos mucho en esos análisis que quedarán para jurados de ahora o del futuro. Mi oficio principal es el de poeta y por ello no solo disfruto la lectura, sino también la indagación de cómo y por qué la escribieron de tal o cual manera Rainer María Rilke, Pablo Neruda, Cesar Vallejo, Nicolás Guillén, Lina de Feria o Delmira Agustini, sobre quien reflexionara otra de mis poetas preferidas, Dulce María Loynaz, en su libro Ensayos: «Para hablar de Delmira Agustini hay que santiguarse antes, como hacían las gentes del campo al nombrar a los Santos padres o al demonio». Pero, al parecer estaba oculto entre los trastos desordenados del hogar de mi vida ese amor por la narrativa, y era tan fuerte que hasta he llegado a incursionar en ella, sobre todo en la infantil. Llegué a los cuentos de María Elena no a través de La reja, su primer libro, sino a través de En el limbo. Si ante una lectura de algunos de los cuentos de Onelio Jorge Cardoso nunca podía aguantar la carcajada, en este  «limbo» la ironía y el humor, más la exquisita  maestría y cultura que nos regala la autora como en un juego inocente, me mantienen con una cierta sonrisa que, como ejemplo, provoca el cuento «Coautoría» donde se dirime un litigio sobre la autoría de Cervantes  El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. A partir de la lectura de ese libro comencé a rastrear en la obra de la cuentista hasta convertirme en una de sus fanáticas y hasta amiga visitante de su casa en El Vedado, por suerte tan cercana a la mía, la cual ella también visita. Así fui leyendo Castillo de naipes, Ronda en el malecón, Apenas murmullos, Tras la quinta puerta, hasta que al fin me detuve a leer su Casas del Vedado.  En este libro se me ahogó la risa, hay sí mucha ironía, pero el humor huyó, si acaso quedó mucho del llamado humor negro. De este libro el escritor  Alberto Garrandés, escribió en uno de sus lúcidos análisis ensayísticos: «Más allá de la variedad de sus asuntos y de sus verdades esenciales, los relatos de María Elena Llana ostentan una actitud narrativa radical que se transforma en artimaña de comunicación y cuyo brío hace que ejercitemos nuestra confianza». Sí, me digo, es eso lo que veo además  en cada relato de María Elena, esa narrativa radical que logra que su lector «viva» y se involucre con sus personajes dándoles la razón a algunos aunque sean «criminales», porque cada uno de ellos no es más que consecuencia de su forma de haber vivido. Es así que se convierte en la comprensiva filósofa que deja que ellos se presenten solos en sus imperfecciones sumisas o en las formas de ejercer dominio o maltrato. Todo es real en la cuentística de María Elena: las psicosis de los que no quieren perder sus propiedades, en el momento histórico que les tocó vivir, las de los desalmados que se las sustraen, las «criollitas», mujeres que despojan a viejos, el maltrato infantil que presenta desgarrador y, al mismo tiempo sarcástico en «Cría cuervos», de su último libro publicado, El cristal con que se mira que dan ganas de traerlo entero a este comentario, pero traeré solo el principio y una parte donde empezamos a «disfrutar» el final:

Así que no era su padre biológico, pero se casó con su mamá siendo usted muy pequeño y desde siempre le dijo Papi.

De los primeros años junto a él, solo recuerda un lugar donde iban de excursión y una playa con caramelos…Aunque debía ser algo grato, tan prontose hablaba de esos paseos–según cuenta su mamá- , a usted le entraban unas rabietas inexplicables.

Al cumplir los ocho años –se deduce por la foto de la fiesta en la casa de dos plantas-, a usted le dio por llamar la atención rodando desde el segundo piso cuando su mamá comenzó a ausentarse para dar recitales poéticos.

Tras una fractura de húmero, se animó a contarle –muy bajito- que Papi lo empujaba por la escalera. Ella se echó a llorar… y lo puso de penitencia por decir eso de un hombre tan bueno.

[…]

Por esa razón, a los dieciséis años se había convertido en un marginal a tiempo completo: vagabundeo, robo menor, tráfico y elaboración de estupefacientes caseros, desacato a la autoridad…

[…]

Donde lo hizo entrar fue en una institución rehabilitadora en la cual lo visitó su padre […]

Para beneplácito de todos, usted salió de allí curado y rehabilitado –una novedad en la institución–, […]

Apenas regresó al hogar, buscó a su padrastro y lo encontró en la cocina, acomodando unos víveres en la alacena –sí, en el closet-, en cuya puerta lo dejó clavado, con un cuchillo en el corazón.[…]

 

Claro que este no es el final, hay sucesos más terribles,  hasta sicológicamente mejores, pero después de haber leído cuentos de María Elena, donde el humor nos hacía sonreír y en ocasiones reír, caemos en estos donde la reflexión es la dueña absoluta de nuestro atender. Es cuestión solo de temas porque es preciso señalar que si bien son disímiles, la voz narradora se mantiene como hilo conductor en todos sus libros.

Pero hay más. Existe otra vertiente de su creación que me dejó gratamente sorprendida. La periodista y en algún momento poeta, la escritora de guiones  para radio, la de los cuentos humorístico-satíricos, la que no acepta convenciones para no hacer relatos estremecedores, un buen día,  sin anuncios ni aspavientos, se nos presenta como escritora para niños, nos entrega un pequeño libro titulado Sueños, sustos y sorpresas. No, no nos asustamos otros amigos ni yo, pero sí nos sorprendimos, y aquí si voy a decir lo que pienso de esto: María Elena da pruebas fehacientes de que conoce que en esta narrativa los puntos de vista y las formas de narrar son muy diferentes a los que utiliza con adultos, y digo esto porque no encuentro en muchos de los que escriben para niños este dominio. Ella hace historias de aventuras artísticas, literarias, lúdicras, sin que ninguna pretenda una lección moral, ella deja que el niño caiga en cuenta de lo que debe hacer dejándole mil puertas abiertas para que lo haga, les presenta a los adultos de manera que saquen una conclusión distinta, que nunca será la del adulto, ella sabe que no está tratando con personas solo pequeñas de tamaño ni entes estúpidos e incapaces de razonar, sino que cuando lo hacen, lo hacen desde su visión del mundo, que en ocasiones han sido capaces de preferir libros que no fueron escritos para ellos, como por ejemplo Los viajes de Gulliver (1726)., de Jonathan Swift.  Aunque se la ha considerado con frecuencia una obra infantil, en realidad es una sátira feroz de la sociedad del siglo XVIII Inglés, que aún disfrutan quizás por el tratamiento de la ficción, donde aparecen personajes que no miden más de 15 centímetros de estatura, por lo que ven a Gulliver como un gigante. Se entiende que esto lo disfrutan sobre todo los niños cuyos padres, observadores y atentos a sus necesidades, les van ofertando las lecturas más adecuadas.

Si bien el estilo de los cuentos de María Elena no es el de los que escribió Hans Christian Andersen –«El soldadito de plomo» o «La Sirenita»–, y aunque estos siguen manteniendo su sitio de honor, ella sabe que el niño de «ahora», del tiempo en que las redes sociales le sirven a la mesa cuanto desean y él consume gustoso, sobre todo por la comodidad de no tener que ir a buscarlo ni siquiera en el  librero de su habitación, necesita ser atraído con «Sueños, sustos y sorpresas» o enviarles un mensaje Desde Marte hasta el parque. Cierto que en el primero María Elena utiliza el absurdo que tanto gusta a los niños y hasta entretiene a algunos adultos, también intenta saciar la curiosidad del niño con cuentos como «Aguacero de preguntas», o le mueve la imaginación con las «Imaginaciones de Aníbal» –un perro que se entiende con los marcianos–, donde deja caer sin clase didáctica la necesidad del trabajo, pero como no es mi objetivo contar todo lo que contó María Elena, tanto en Sueños sustos y sorpresas como en Desde Marte hasta el parque, donde aparece el cuento de «El marcianito feo». Y aquí si hay un devoto «reciclaje» de Andersen. En esta anécdota le dan a Juancito un hermano muy extraño, que en realidad es un marciano enviado a cumplir un programa de «terricolización».

Para una invitación a la lectura de estos libros, pienso que no es mucho más lo que hay que decir. Ahora bien, más allá de lo que pudo hacer la autora para la atracción a la lectura de sus libros, están otras cuestiones, que si bien no puedo culpar a nadie porque no conozco las razones para que estas sucedan; el pequeño, pequeñísimo, tamaño de  Sueños, sustos y sorpresas puede valer para cuentos cortos, esos que un niño puede leer en pocos minutos, pero es algo inconcebible para introducir en él una novela o noveleta, y la falta de ilustraciones apropiadas no puede atraer la atención de ningún niño. Este es un «bolsilibro» pero no hay que olvidar que los bolsillos de un niño aún no están preparados para trasladarlos. Creo que no debo decir más sobre tal detalle. Ya en el caso  Desde Marte hasta el parque, sobre todo la cubierta, está preparada para llamar la atención de cualquier lector, ya sea infantil, juvenil o adulto, porque lo que sí es cierto es que este libro puede llamar la atención de cualquier lector, sobre todo a esos hombres grandes que aún mantienen su corazón de niño.

Cuando María Elena cumplió los juveniles 80 años recibió múltiples agasajos. Nuestro amigo Fernando Rodríguez Sosa se erigió como su principal «elogiante», la involucró en varias actividades tanto en la librería Fayad Jamís como en otros centros culturales, en las cuales sus amigos colaboramos. El centro de este «jubileo» fue la actividad en la Sala Villena de la UNEAC, donde destacados escritores abundaron en la valía de su obra: Lina de Feria, Marilín Bobes y Alberto Garrandés. Como obsequio personal se me ocurrió escribir un elogio poético que, sin atenerse a exigencias formales, fue una forma distinta de homenajearla, y como a ella le gustó tanto me voy a permitir cerrar este trabajo con aquel «poema»:

HA SIDO UN PLACER (CONOCERLA)

Amiga María Elena, pienso que tú abriste La reja para que nosotras entrásemos en las suntuosas Casas del Vedado.

Tu Castillo de Naipes  nos sirvió para jugar a que regresarías de Angola, Vietnam, Pekín o cualquier otro sitio de los muchos a donde fuiste a responder al clarín de tu tiempo.

Y ganamos el premio, María Elena, y fue fácil, al jugar hicimos trampa, estábamos seguras de  que Cuba te ata con la cuerda del amor en el que te acurrucas de gatita serena.

Por eso, máxime después de leer «Volver”,  ya no apostamos sobre tan simple asunto, más que jugar preferimos acompañarte a una Ronda en el Malecón, mientras emitimos Apenas murmullos para no dejar de escuchar  Casi todo lo que te dice el mar.

Y tú hablas así del granito de arena, con tu palabra inquisitiva y vivaracha. Mientras más empequeñeces el grano más veo crecer tu roca.

¿Sabes qué, María Elena?, las medallas de tu vitrina saltan sin que lo sepas ante los ojos de los visitantes, y le cuentan relatos que jamás escribiste.

A veces zozobramos en El Limbo de la hoja del misterio, como cuando llegan los Pájaros invisibles desde un campo español. Porque allá coexististe sin alardes ni embullos.

Ellos se nos posan en los hombros hasta que logramos espantarlos con las manos de las fabulaciones.

Y a veces jugamos con esos niños que montaste en tu nave e hiciste que vivieran Sueños, sustos y sorpresas.

Acaso no recuerdas el día de la presentación del libro, cuando coreando y danzando con ellos perdiste tanta edad que empezaste a jugar a las muñecas y tus manos le peinaban los cabellos del sueño.

Luego con astucia y sortilegio transportaste a los niños en un  viaje Desde Marte hasta el parque.

María Elena, quizás ni entiendas como fuiste cultivando plantas de siempreviva que recogen en su cesta de creación los jóvenes que te elogian.

No entiendo mucho el inglés y por eso me alegra poder disfrutar mi español en tu Domicilio habanero que viene de otros lares.

Ahora descubrí que estuviste escondida Tras la quinta puerta y  vaya si jugaste que al final te ganaste una sirena.

Y me asusté cuando vi que tomaste Revancha más allá del Chantaje con tu  Vanidad de vanidades.

Ahí sí que me dejaste perturbada, y mi respeto extendió su manta al piso para que tus pies anduvieran sin tocar la tierra,

porque ahora yo también, aunque en forma distinta, imitando la Autohechura termino por decir: María Elena Llana, «Ha sido un placer (conocerla)».

MARÍA ELENA LLANA