ROBERTO MANZANO Y LA PIEDRA DE SÍSIFO

ROBERTO MANZANO Y LA PIEDRA DE SÍSIFO

No te afanes, alma mía, por una vida inmortal,
pero agota el ámbito de lo posible.

Píndaro

No es difícil para los intelectuales cubanos acercarse a la obra de Roberto Manzano, sin embargo, a él como tal, no lo vemos en cada sitio donde nos gustaría. No está en las mayorías de las tertulias a las que asistimos, no  lo encontramos en las redes sociales divulgando sus poesías, ni es tan entrevistado para dar a conocer su labor cultural; no vemos publicados ni comentados sus ensayos. En las actividades aparece como por compromiso y en el lugar menos visible. Pocos lo señalan como al gran orador, al gran conferencista de la facundia profunda, donde la poesía florece exuberante y el nombre de Martí brota en cada discurso, ya sea cuando lo entrevistan o cuando sencillamente ofrece una clase magistral o simplemente por el placer de mencionarlo.

Este Roberto Manzano, el ensayista, el confeccionador de antologías, ha tomado conciencia de la necesidad de traer a la luz a creadores que, si bien son de la complacencia de poetas y lectores, también lo son del autor y de otros que permanecen aún con excelentes obras en las tinieblas por la falta de publicación y que gracias a este antologador llegan a un público que comienza a ubicarlos en el lugar que merecen. Miguel Darío García Porto, en un comentario publicado el 4 de noviembre de 2015 bajo el título «Fundar el agua y cincelar el vaso: coloquio sobre la obra de Roberto Manzano», plantea:

Manzano ha contribuido y contribuye valiosísimamente al caudal bibliográfico de la poesía cubana, pues ha preparado dos importantes antologías para nuestra literatura: la primera El bosque de los símbolos –texto editado en 2010, donde aborda el nacimiento y desarrollo de la lírica en el siglo XIX cubano y la relación intrínseca y orgánica de la Patria y la poesía en la mayor de las Antillas- y El árbol en la cumbre, volumen que recoge la más nueva hornada de poetas cubanos.

Muchos consideran que un libro – sobre todo de poesía – no necesita de un prólogo, pero cuando puede confiarse en el talento de quien lo escribe  ya el libro adquiere la posibilidad de que el lector vaya a buscar lo que se propone con mayor seguridad, y Manzano además es uno de estos prologadores. Su talentoso ir y venir por el arte literario no parece terminar nunca, más bien parece que el tiempo se ensancha y crece para que él entre a depositar su virtud en distintas facetas de la cultura.

Este es el Roberto Manzano del Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén, en México (2004), el del premio Nicolás Guillén o el de Literatura Infantil La Rosa Blanca, ambos en el 2005. El mismo que recibió en 2007 el Premio Nacional Samuel Feijóo, de Poesía y Medio Ambiente y la réplica de la estatua El Angelote, distinción que otorga la Asamblea Municipal del Poder Popular en Holguín. Algo que sí me sorprendió sobre manera, fue conocer que, aun teniendo publicadas más de una veintena de libros de poesía y poseer este amplio historial mencionado,  que solo recoge una parte de sus actividades como creador en múltiples facetas,  no había recibido la Distinción por la Cultura Nacional, hasta que le fue conferida en octubre de 2018.

Quizás al escribir su «Canto a la sabana» ya estaba convencido que al igual que en aquel momento:

Y ahora yo puedo pararme en medio de la brisa,

 en el púlpito, en el estrado, en la puerta, en la ola

 a decir al que pasa mi palabra:

 puedo; pues he vivido, he vivido en lo ancho

 y en el límite, y reconozco la esencia del contorno

por haber batallado en olvido y silencio

con el rosario triste y digno de las horas

que han sido mías, mías en mí, y mías desde otros:

Pensé que me sería fácil detenerme a comentar una de sus obras sin antes haber hablado un poco de su vida y de sus libros anteriores, pero reflexionando un poco, me di a la tarea de presentarlo, a quienes serán mis lectores, para hacerles más grata la entrada al mundo manzaniano. Me conmueve leer su poesía y corroborar su talento y entrega a un trabajo de valor impagable, en lo referente a una erudición que va dejando insuperables huellas, pienso que ya es merecedor del Premio Nacional de Literatura.

De esta valiosa obra de Roberto Manzano escogí para comentar La piedra de Sísifo y pienso que me sería fácil decir por qué, si me atengo solo a mi preferencia en la materia que trata la misma. «Me gusta lo monumental», confiesa el poeta, y es algo que con tan solo leer algunos de sus versos ya lo estamos comprobando. Ahora bien, si como dijera William Faulkner, «La vida no es más que una sombra andante», comprenderíamos mejor por qué el poeta comienza su poemario diciéndonos: «Subiendo voy por riscos y laderas, / bajo el rocío espeso de los siglos».

Y sí, creo que multitudes cargan la piedra de Sísifo a través del tiempo de su vida, aun sin comprender la causa, como la cargan tantos artistas, en ocasiones sin detenerse a pensar ni conocer la mímesis, esa imitación de la naturaleza que como finalidad esencial tiene el arte y tan familiar viene a ser en la poesía manzaniana, donde el poeta sube con la piedra a través de los vientos, o se pierde adentro de la noche, o se ve dentro de la extendida niebla, a través de las altas olas hasta que con lograda metáfora nos dice que: «Vienen los vientos, con manos ásperas».

¿Y por qué el poeta acude a la mitología, al mito de Sísifo, para apoyar sus razones poéticas?, pues, pensamos que porque convierte este en un mito síquico para explicar las operaciones de su alma, o del alma de todos, que no es diferente a la suya, sino con variadas o pequeñas características a favor del poeta y, por ende, a favor de la poesía.

Roberto Manzano da muestras aquí no solo de su erudición, sino que nos indica que el mito puede ser o es una técnica que no para de desarrollarse, porque tanto este como la filosofía nacieron de la extrañeza ante fenómenos del universo y hoy lo asume como alegoría poética, salvando toda diferencia de estilo y época, como lo hiciera Platón.

En un poema que escribí hace muchos años me apoyé en el mito de Sísifo, quizás por eso al encontrarme con este libro, lo abrí tratando de ver de qué forma o por cual  razonamiento Manzano lo había utilizado.

Piedra es manzano, y como dijera Albert Camus, «Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra». Por eso entendemos al poeta cuando nos dice: «De subir con la piedra, piedra soy» He aquí al hombre consciente de su situación y esto queda reafirmado cuando volviendo a Camus escribe: «Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia», de ahí que el mito recluya a Manzano y fustigue su conciencia para que emita sus verdades a veces fantásticas, pues así lo vemos: con el hueso molido por la lija del polvo, y su arremetida contra el dolor logra atribularnos porque de alguna manera sabemos un poco de la vida del poeta. Pero Manzano no llora a través de sus innumerables símbolos, sino que: «Febriles, como herreros enterrados, / calibramos los hierros».

La recreación dual representada en esta obra entre el mito y la realidad, sostenida por la viga fabuladora del poeta, y que no logro encerrar en ningún movimiento, porque si lo hago quizás cometería el error de encerrarlo en el Barroco, que es el ligado con la exageración o expresión de una crisis o contraste social, como el infortunio.

En Polifemo y Galatea, nos encontramos con una fábula mitológica que ha sido considerada perfecta por los estudiosos de Góngora, allí se lee: «La selva se confunde, el mar se altera, / rompe Tritón su caracol torcido, / sordo huye el bajel a vela y remo: / ¡tal la música es de Polifemo!», excelente forma hiperbólica de mostrar la desesperación de Polifemo, haciendo ver que esas furiosas arremetidas de la naturaleza pasan a ser música ante el dolor del cíclope, que aquí no aparece ciego sino con un solo ojo y enamorado sin esperanza de la ninfa del mar: Galatea. Y cuán grande o pequeño pasa a ser ante aquel pasaje la desesperación con que nos conmueve el Manzano cuando escribe: «Una aridez creciente se avecina. / Se mampostean nubes de tormenta. / Una velocidad amanece en las uñas. / Despunta un rayo, como una lengua de víbora». Y ni hablar de lo hiperbólico o del ritmo y hasta de cierta medida que se rompe en algún verso, tanto de uno como de otro autor.

No pretendo hacer un estudio sobre el mito, no me alcanzaría la sapiencia, ni es mi interés abundar sobre él, sino solo comentar lo que a mi parecer nos brinda el poemario de Roberto Manzano La piedra de Sísifo  Veo aquí al bardo cuya real humildad no deja puerta abierta para que conozcamos la erudición que posee o disfrutar alguna conferencia sobre poesía, de la cual, como se ha dicho, ha sido poseído y que tras leer sus textos, mayores o menores, (según criterio muy personal), tenemos que corroborar que nada es más cierto, porque este mismo poeta despliega en La piedra de Sísifo toda una bandera de alegorías de carácter no esotérico, sino sublime.

Vehículo es Manzano también en esta obra. Fue convocado y cayó en el estado de gracia del que él mismo ha hablado. Y para no dejar de aclarar el criterio de que Platón también utilizó mitos en el conjunto de su filosofía como paso determinante de la travesía del mito a un principio racional de las cosas, a las concepciones claras y precisas que, metafóricamente o no, tanto se utiliza en narraciones libres o poéticas.

Como se ha indagado en estudios hechos sobre la «Alegoría de la Caverna», esta obra nos guía hacia el conocimiento de la realidad, aunque para ello tienda lazos a mitos, porque aunque se considera pedagógico-filosófica tiene pasajes que sobrepasan la realidad y, por ello cumplen función mitológica.

Aquellos que estuvieron en la «Alegoría de la Caverna», en la ceguera de la ignorancia, a hombres a quienes mantenían sentados, encadenados, en una cavernosa vivienda donde, desde niños, atados por las piernas y el cuello, mirando solo hacia adelante la sombra que proyecta un fuego prendido a sus espaldas; esto me hace pensar en otro caso de niños que en ocasiones su calzado era la planta de los pies y su instrucción se perdía entre yerbas y animalitos que se ofrecían como sabiendo que podían ayudar al menos al conocimiento de nuestra naturaleza.

Platón pregunta qué sería de aquellos hombres encadenados en la caverna si fuesen obligados a levantarse súbitamente, piensa que estarían perplejos y necesitarían ver las sombras, porque estos no han visto otras cosas de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por un fuego que hay detrás de ellos y por lo cual Platón concluye su alegoría de la siguiente forma:

En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se  percibe,  y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.

Y saliéndonos del libro, en otros poemas escritos por Manzano nos encontramos con el hombre bueno, impulsor de verdad y conocimiento que procede sabiamente en su vida pública y privada, así en  «El discurso de San Francisco de Asís»  declara: «Loada sea la Sabiduría, que ingresa en el alma con su lámpara de oro proscribiendo la ignorancia: con aguda vista despliega el sentido oculto y enseña cómo debe avanzarse en la sombra y en la luz»

¿Pura casualidad este encuentro entre Manzano y Platón o atracción de médium?

Y el Manzano que como yo, como tú, como todos, de alguna u otra forma sube y baja con su piedra sobre los hombros y, que por el contrario de muchos, él le saca el provecho de utilizarla para cantar bellezas y así, en el tiempo del arrobo creador, sus hombros descansan, su riqueza espiritual se incrementa y logra trasladarnos un poco de su fuerza para que nos sea más fácil bajar y subir con nuestra piedra al hombro. Pero no vamos a despedirnos de este proyecto de ensayo sin dejar que el mismo Manzano a través de la entrevista que le hiciera el poeta Alpidio Alonso Grau  para conocer más acerca de cuánto tiempo tardó esta obra en publicarse y cuánta su experiencia le fue prodigando a través del tiempo. A la siguiente pregunta de Alpidio Alonso  «Casi todos tus libros se han publicado muchos años después de haber sido escritos. ¿Obedece esto a circunstancias de la vida literaria o es el resultado de una decisión propia? »  Manzano contesta:

En realidad, se juntan ambas cosas. Unos libros se demoran por mí, y otros se demoran contra mí. Canto a la sabana se demoró veintitrés años, pero puedo jurar que no fue por mí; La piedra de Sísifo veinte años, y aunque no dejé de probar suerte enviándolo a diferentes concursos, sé que se demoró por mí, pues anhelaba continuar un texto que realmente ya estaba cerrado: estuve años estudiando cómo proseguirlo hasta que adquirí conciencia de que el texto rechazaría enérgicamente cualquier agregación. La vida me impuso desde joven el método de esperar un tiempo prudencial entre la escritura y la publicación. A veces el segmento es más largo o más corto, pero he aprendido que es bueno poner tiempo entre estos dos puntos del proceso. Esa espera debe ser crítica, volviendo y volviendo al texto, reactualizándolo en lecturas íntimas.