LINA DE FERIA: UNA POESÍA DE AMOR Y PERIPECIAS

LINA DE FERIA: UNA POESÍA DE AMOR Y PERIPECIAS

Lina de Feria, la poeta, investigadora y crítica literaria cubana, nació en Santiago de Cuba en 1945. Muy joven, con solo 22 años, en 1967, ganó el meritorio premio «David» de la UNEAC con el libro Casa que no existía. Este fue el inicio de una carrera ascendente que la ha llevado a publicar más de treinta títulos, con uno de los cuales obtuvo también el premio «Nicolás Guillén» en 1999.

Lina de Feria y yo llevamos unos 10 años de ser amigas y por ello, ante una situación creada por el trabajo del editor de mi libro Esas ovejas que nos balan dentro, Lina y Fernando Rodríguez Sosa aceptaron al unísono presentármelo en aquella fiesta que les regalé a amigos y familiares en la Casa de la Amistad y que contó con la actuación de la cantante lírica Bárbara Llanes. Y es que pienso que sí, que de acuerdo con los medios que se posean uno debe hacer una fiesta de nacimiento por el parto, doloroso para tantos, del hijo-libro que se publica.

Pasaron unos cinco años de participación en diferentes peñas, en salidas a brindar por algo o en alguna que otra fiesta como las que me gusta dar entre amigos escritores, músicos y otros, en el patio de mi casa.

Corre el año 2015. Lina, por alguna que otra razón, me llama a menudo por teléfono, pero hoy, una voz distinta entra por la línea, la euforia de su voz trasmite la grata noticia de que le dedicarán la Feria del libro del 2016 y que, además, le entregarán el título de «Maestra de Juventudes». ¡Al fin!, le digo, yo que conozco como pocos, que en ocasiones Lina anda con libros de varios poetas jóvenes que acuden a pedirle  ayuda a la maestra, que aún aturdida porque tiene que enviar sus creaciones a algunas revistas y o páginas web, o porque anoche se acostó muy tarde y el demonio de la poesía se propuso no dejarla dormir, y los libros enviados para un premio del que ella será jurado apremian. Aun así, ella saca tiempo para atender a ese o a esa joven que como por arte de magia salen con la luz que buscaban.

Esta Lina, pequeña en estatura corporal, se agiganta en el recinto de la poesía cubana. Por esto último, intentaré, una sencilla valoración no sacada de la Caja de Pandora del esteticismo, que tan solo logra atraer el interés hacia la  superficie del lago en el que se pretende navegar.

Dentro de todas las tareas literarias Lina siente que como expresa en el poema «XVIII» del libro, Los cristales que te hincan: «El polvo acuchilla todo / y pienso en la soledad de la fama». Así reacciona la poeta cuando comprende que en ocasiones tiene que hacer la labor común de cualquier mujer cubana: y cerrando este poema Lina vuelve a la realidad de su mundo multiplicado y nos dice que «quisiera estar menos desnuda / bajo las nubes altas e inalcanzables».

Pienso que si existiera un movimiento de poetas benditos Lina estaría entre ellos, y es que Lina no recrea en su poesía, como los poetas malditos, la esencia del mal del ser humano ni para criticarlo ni para juzgarlo, sencillamente lo nombra comprensiva, y hasta compasiva, como cuando en Casa que no existía nos dice de la mujer que habla sola en el parque de Calzada: «mujer que habla como a martillazos / nadie hablará de ti pero te quedas / vergüenza que repite su canción / fuera de moda es cierto / frente al teatro de calzada y d» Y se levanta en la nobleza cuando dice en «A mansalva de los años»: «y si nos detenemos ante un herido / y cubrimos su sangre con una mirada / que esa mirada no sea más / que el rompiente de los restos / de nuestra nobleza».

Lina pone al servicio de todos el carruaje donde monta su creación, no llora en el poema su soledad ni sus pesares, los deja fluir, de ahí que su lirismo no se convierta en un lamento, quizás ni ella misma comprenda que dice las angustias de los otros, que recrea el pasado de los otros, que los demás beben en la fuente de sus imágenes como si la acompañaran en el viaje de ese carro ingeniado que es su voz. Y es que, degustando el poema, el otro comprende que no es el mártir de la vida, sino alguien que como Lina o como tantos, tiene choques existenciales diversos, pero que los de ella se dejan amansar, flexionar y ser llevados, enriquecidos por la maestría artística de la autora, a esas imágenes selectísimas como cuando nos dice al hablar de «nosotros mismos» que «un sentimiento olvidado / nos acorrala en nuestra pequeñez».

La felicidad de Lina está dada por ráfagas, son numerosos los pesares que acompañan con fuerza a los seres elegidos, principalmente a los poetas, a esos encargados de cantar y rememorar la forma de su amor o su agonía que siempre será la nuestra, solo que desposeída del sufrimiento común por el linaje que le brinda el talento poético.

Si el poeta elabora todo a través de una visión artística, es inútil buscar en el poema un único significado y si bien Lina nos deja entrar en ocasiones por algunas puertas «fáciles» de abrir, también es cierto que debemos acercarnos a su obra preparados para disfrutarla con la misma concentración y estado de entrega con que disfrutamos de un concierto de la llamada música culta o de una danza clásica, donde el bailarín o bailarina nos dice algo con cada movimiento. El nivel de codificación de los símbolos de Lina es estricto, difícil en ocasiones, pero no oscuro. Es cierto que hay ruptura sintáctica en su poética también lo es que en el arte el «vacío» debe llenarlo el que lo disfruta y que el mismo debe estar preparado para esquivar las dificultades. Esto a veces hace que la poesía de Lina nos parezca caótica pero es que tendríamos que ir al movimiento de cada verso, de cada palabra para disfrutarla, pensando no ya en la simple interpretación, sino en el paladeo con que debemos asimilar el desmenuzamiento de símbolos y ruptura de la lógica que encierra en ocasiones lo normal de su estilo.

Cualquier lector de poesía se encuentra retratado en esos poemas y en otros paladeará el sabor de la divina creación. La tristeza de Lina se posa en el poema «para matar la nostalgia en la piedra», como cuando al tratar de revivir a su padre dice en «Evocaciones No 1» de Espiral en tierra: «no veo que nadie me detenga / amoroso y sensible / en esta fuga a la esquina asustadiza / donde recuerdo y realidad me urden».

Muchos reconocimientos merece Lina de Feria para ensalzar a su ser humano y a su ser poético, ya bendito. Ella no rechaza honores, ni niega valores a la sociedad, ella acoge las distinciones y las acepta casi ingenua, con felicidad no exenta de agradecimiento, pero humilde, como si los honores y premios los recibiera para un amigo a quien le desea gratificantes éxitos. Lina yerra, es sencillamente un ser inaudito, y se entiende que su miel  no alcance para nutrir a todos los que van en su demanda. Pero ahí está su poesía, su néctar de dioses, dándose como cuando la ofrece en «El ritual del inocente», porque ahora sabe que se fue la juventud y tiene que apurar el paso, «es torpe justificar la ancianidad / pero he ido hacia una tierra virgen / a descubrirme otra en medio de las mutilaciones».

La obra poética de Lina de Feria ha sido evaluada libro a libro por lo más representativo de la cultura cubana, y es que la genialidad de su creación encuentra en el lector más exigente el medio de saciar el apetito de leer buena poesía. Nuevos y grandes premios le darán estímulos para alargar su vida. Lina no puede morir temprano, porque la poesía tendría una gran pérdida, ella tiene que seguir enriqueciendo nuestro espíritu con la pulcritud de su campo semántico.