No tuve entre mis planes escribir sobre alguien tan querido por mí, y a quien tanto recuerdo, como lo fue, y lo es, Luis Marré. De lo que nos conmueve en demasía, en ocasiones huimos, quizás por temor a no reflejarlo en toda su intensidad. En el caso de Marré, por su inmensa estatura como ser humano y como excelentísimo poeta y escritor.
Este hombre, a quien la sátira se le mezclaba con la palabra, con los gestos y hasta con la quijotesca figura, fue mi amigo, y esa palabra, puesta en labios de un ser común que intenta hablar de un ser genial, quizás sea necesario explicarla, pero eso lo dejo a otros amigos que saben cuánto nos queríamos, cuánto bebí del buen vino de su talento, cuánto disfruté su humorismo y con cuanto placer le celebré su ochenta aniversario en el patio de mi casa.
Un buen día se me apareció. Venía de una reunión en la UNEAC, y, por supuesto, con esos pícaros ojos que siempre hablaban mucho más que su boca, me dijo: Carmen ¿tú eres amiga de «fulano»? Sí; le contesté. Y siguió diciendo: Pues mira él no te aprecia mucho, pues cuando le dije que venía para tu casa me comentó, en tono de darte poca importancia: «Y ¿tú eres amigo de Carmen?», y yo le respondí: Sí; soy amigo de la poetisa Carmen Serrano. Me reí y comenzamos a hablar de otras cuestiones o mejor dicho, él hablaba y hablaba de su vida: de su deseo obstaculizado de combatir en Playa Girón, de que su esposa era muy inteligente y buena economista, de su hijo pintor, de su nieto; me hablaba de Baracoa y del faro de Maisí, del poema que le escribió, y hasta de su certidumbre en cuanto al valor de su propia poesía. Él estaba seguro de su arte.
Después de esa visita se me ocurrió escribir un poema sobre lo que Marré me había contado de su vida y lo titulé «El gran Emperador». Mucho le gustaron esos versos míos que leí en 2009, cuando Marré me acompañó a la presentación de mi libro Por aquí andan mis ángeles, publicado por la Editorial Oriente. Fue en la misma Feria Internacional del Libro de La Habana donde le entregaron el Premio Nacional de Literatura 2008
EL GRAN EMPERADOR.
A Luís Marré
Ahora que diriges el imperio
de todas las ciudades del poema
has entrado a la mía, encendiendo hogares
con la blanca pureza de tu barba.
Quizás no consideras que gobiernas,
que debes visitar los sitios a tu mando,
descubrir grutas para que todos entren
a conquistar la magia cotidiana
donde los sátiros persiguen náyades
que contemplas si te bañas en el río
después de desmontar tu mula carbonera.
Vas tejiendo con hilos de seda las palabras,
luego sales a buscarle sonidos en el aire.
Llegas temprano a despertar las piedras,
a ensanchar las llanuras del silencio
para que se oigan los susurros
con que nombras las flores y llamas mariposas.
Sus llamadas telefónicas eran largas y yo me preparaba para recibir una clase estricta y muy culta cuando me ponía a la escucha. Me hablaba de sefardíes, de valiosos pintores, músicos y escritores entre los que sobresalía Cintio Vitier; a otros, en ocasiones y sin ninguna solemnidad, «bajaba de sus tronos». A quien entre muy pocos elogió fue a José Ortega y Gasset (1883 – 1955) el reconocido filósofo y ensayista español. Por su opinión pasé a leer sus ensayos y de verdad me sirvió de mucho.
Nos encontramos la penúltima vez en La Cabaña, en la Feria Internacional del libro del 2013, se había bajado de un carro y yo de otro. No entiendo la razón por la cual marchaba solo y renqueante rumbo a la Sala Nicolás Guillén a presentar el libro Obra escogida, poesía y narrativa, de Luis Marré, que publicó la Editorial Letras Cubanas; tal vez porque la escritora Juana García Abás, que lo había acompañado a tantas lecturas durante los últimos años, ahora estaba enferma. Con mis pocas fuerzas casi lo remolqué por esos laberintos y escaleras tan difíciles de transitar por los menos jóvenes, allí estuve con él todo el tiempo que duró la presentación. Tengo ante mí el libro con la dedicatoria: «Para Carmen, con mi cariño ¡Que los ángeles la protejan! 24-2-2013». Sí Marré; los ángeles me han protegido, han reconocido un poco lo que escribo. Miro ese temblor de tus letras en la dedicatoria y me veo, quizás dentro de poco, escribiendo así; creo que solo en eso me compararán contigo. Días después de este hecho llevé del brazo a mi amigo, desde la silla en que estaba sentado, hasta la mesa desde la cual haría su última lectura en La Casa del Alba, en la peña de Lina de Feria. Sufrí su estado, ya sus ojos habían perdido visión y a duras penas leía con una lupa.
No volví a verlo ni pude ir a su entierro. Estando ingresada con dengue en la sala de terapia intensiva en el llamado Hospital de Emergencia, mirando el Noticiero Nacional de Televisión, recibí la noticia: Falleció Luis Marré. No digo más.
No voy a hablar de los valores de su obra, de la que tantos especialistas en la materia han escrito, pero me gustaría hacer un llamado a la juventud a beber de esa fuente que es Luís Marré. Su poesía es vida y fluyó como las aguas de un río cuando no lo desborda la tormenta, y así sigue corriendo; «no fue necesario fabricarla», ella estaba hecha en su interior y en su exterior; estaba en el mundo que lo rodeaba, mundo que arrancaba lirismo porque era como para contemplarlo y solo copiar su magia, esa de sus bosques donde lo mismo se encuentra un sijú que una ninfa, un desenlace sexual que un regalo económico para comprar unos zapatos, brindados de las más insólitas de la formas, a quien escribe poesía, para encerrar todo eso en un poema: en esa poesía en prosa de Marré, la cual muchos califican solo como «prosa», y que no es sino poesía con la única diferencia de que no aparece en versos, ni medidos ni libres.
Me gustaría que la poesía de los jóvenes no se parezcan tanto las de unos a las de otros; les sugiero que traten de ser distintos, de utilizar imágenes desprendidas de su vida y su mundo, pues no hay dos vidas iguales y no hay que temer. La poesía tiene alimento espiritual para todos los medios y para todos los poetas.
Ninguna metáfora en la obra de Luis Marré aparece rebuscada, es como si en toda ella fuera la metáfora fiel hermana de sus imágenes, la inexplicable poesía que sale como por arte de magia clara y comprensible sin cansar al lector que queda alelado ante la absorción cargada de belleza como elemento imprescindible de la misma. En ella canta a la brisa, al tiempo, a la sed, o nos dice que la «Luna mendaz, / no era flor, / era / la mano blanca de Ofelia». Y es que a Marré debe leerse para disfrutar y aprender, porque él si sabía lo que era la poesía, cómo hacerla y cómo ser el pedagogo que no da posibilidad de distracción hacia lo fácil ni hacia lo hermético. Como dijera el escritor francés Albert Camus: Los que escriben con claridad tienen lectores; los que escriben oscuramente tienen comentaristas». Y Marré conocía bien que era más importante tener lectores como los tuvo en demasía, que tener comentaristas, quizás por ello tenga los pocos críticos del momento, y por eso los jóvenes –quizás los poetas jóvenesque conozco— no tienen gran acercamiento a su obra. Nos toca en fin a los poetas de más edad (no estoy hablando de los poetas mayores) hacer que en los talleres literarios, de los que quedan pocos, por cierto, se hable, se estudie más la obra de Marré que, como bien dijo Antón Arrufat (Premio Nacional de Literatura): «Marré, poeta de estirpe clásica, heredero de la tradición española y peculiar voz de auténtica cubanía. El canto a lo cotidiano se deja traslucir mediante un lenguaje sereno y fluido, aun cuando los temas pueden reflejar esas pequeñas violencias de cada día o esa abrupta violencia impuesta por la guerra».
Guanabacoa, quizás por suerte, no le regaló riquezas ni diversión, le dio la posibilidad de intimar con su mundo, de disfrutar o de absorber su paisaje, por eso no es extraño que inicie su novela Techo a cuatro aguas diciendo: «Mi infancia novelera metía la nariz despellejada donde quiera». Él personificaba su infancia, no es él quien está metido en todas partes, en este momento es su infancia novelera, y ahí mismo nos damos cuenta de que Marré acaba de hacerse un retrato. «Fácil», pueden decir quienes no conocen que ese retrato es él mismo en todas las facetas de su vida. Este era el Marré que se metía en los bosques, el que así sin aspavientos nos transporta por todo el camino de su vida, por sus descubrimientos y sus sobresaltos en los que nos introducimos y nos damos cuenta de que los ángeles, a quienes en su dedicatoria les pidió que me protegieran, eran los que me habían protegido desde que lo conocí por allá por Baracoa. Fue el que nos alentó cuando hacíamos la magia de la revista Maguana, y que al escribirme y enviarme para el número 11, de fecha enero-marzo de 1981, la poesía inédita escrita en 1973 titulada «Que son ya sueño» y que luego aparece en el libro que le fue publicado en 1985 titulado Nadie me vio partir, entonces me escribió:
La Habana, Noviembre 80
“Año del II Congreso”
Cra. Carmen Serrano
Baracoa.
Estimada compañera
Hace tiempo que su revista Maguana me viene llamando la atención: es el mayor esfuerzo que conozco en los talleres literarios. No sé cómo uds. logran tal calidad, pues en la capital es difícil.
Reciba un saludo caluroso de su colega
Luis Marré
QUE SON YA SUEÑO
A Fina García Marruz
… Y en el patio de tierra había un árbol
de hojas menudas y de flores lilas
muy pequeñas
iguales a las que
bordaban en las batas de mis primas.
Su sombra llena de temblores era
del tamaño del patio
buena para
la ronda de las niñas
Los muchachos
armábamos combates con sus bayas.
Los vecinos venían por sus flores
para golpear con ellas la miseria
y al agua del arroyo iban los ramos
deshechos sobre carnes y maderas.
Que son ya sueño
Sábanas tendidas
restallando en el viento
olor a limpio
–Mi madre lava con la espuma al pecho—
y aquel árbol que llaman paraíso.
Un buen día hablando con otro de mis amigos imprescindibles, Luis Suardíaz, ese que nos sacó a la luz después de muchos años de oscuridad, a Serafina Núñez y a mí; en mi caso debida a una problemática no sólo de fatalismo geográfico, que también lo sufría, sino a eso de que otros problemas no solo me pedían «algo» sino que «requerían el concurso de mis modestos esfuerzos» y a ello me entregué casi al 100 %. Luis Suardíaz y yo hablábamos del misterio Marré, de que escribía poco y del estremecimiento que producía con cuanto escribía; es así que Luis Suardíaz, ese del genio elocuente y de la sapiencia comunicativa extraordinaria, quien también demostró quererme mucho y que sus visitas a mi casa eran las inesperadas de un familiar muy querido, concluyó: «es que lo que Marré escribe son joyitas»
Es bueno aclarar que Luis Marré desempeñó varios oficios, entre los que estaban el de jardinero y hasta contador público, que no nació entre libros pero que el don poético lo inclinó a buscarlos y que fue combatiente en la limpia del Escambray e intentó permanecer hasta el fin en la Batalla de Girón y que, como me decía, no le permitieron estar allí cuanto quería, y esto lo mantuvo molesto hasta su día final, y ahora que digo «final» recuerdo que nunca le gustó el uso de esa palabra, no sé por qué.
Cómo, me pregunto, con esa poca base cultural que le brindó Guanabacoa, llegó a traducir al español poemas y artículos del habla francesa y hasta de la rusa. Cómo pudo representar a Cuba tan categóricamente en la URSS, y copio este párrafo de La Jiribilla porque me parece imprescindible para dar a entender hasta donde llegó representando a la UNEAC:
Representó a la UNEAC en congresos internacionales celebrados en Moscú, Varsovia, Sofía, Ulán Bator, Budapest y Praga. Participó en la reunión latinoamericana de poetas, convocada por la revista Ulrika de Bogotá (Colombia) en 1994 y asistió como invitado de honor a la reunión de jóvenes poetas latinoamericanos Vértigo de los Aires, en la Ciudad de México, en el año 2007. Aparece registrado en el index antológico de autores cubanos de The City University of New York, CUNY, y en los anales del American Biographical Institute, ABI.
Me asombro leyendo su poesía. En ocasiones siento como que escribe ingenuamente, tanto por los sentimientos y por las ideas que trasmite, como por ese misterio del ritmo y el sonido con el cual trae hasta el ruido del viento a sus escritos.
En qué tiempo real, Marré, que estuvo años estudiando economía, pudo adquirir la cultura que dejó en sus escritos y la sabiduría superior con que nos sondeaba como si ya nos hubiese impartido una clase, y que nos dio a entender que para tratar con él había que ser inteligente y ¿por qué no? hasta astuto, porque era el mejor y no se parecía a nadie; quizás por eso se fue sin mucha ostentación porque no todos pudieron aquilatar a tiempo el valor de aquella joya poética que, al menos yo, pienso que se llevó con él porque no hay otro igual.
Él, el de la novela tan poética como lo es Jardín de Dulce María Loynaz, sin que se piense que me confundo en cuanto a lo de poética, porque claro que ambas lo eran, pero una, era la poética de la Loynaz, y otra, la clásica, perfeccionista y hasta refinada, llena de rasgos típicos del mundo que lo rodeaba, emociones, y situaciones de su vida íntima. Sin embargo, Luis Marré, este traductor, ensayista, editor de tantas revistas, que para estar más de cerca del mundo de la literatura abandonó su carrera de comercio y se hizo periodista, quien dedicó su vida a hacer cultura cubana y fue fundador de la UNEAC, tuvo que esperar hasta sus 80 años para que lo reconocieran con el Premio Nacional de Literatura de Cuba. Así pasa en ocasiones, y no es culpa de ningún país ni de la política de ninguno, sencillamente pasa.
Luis Marré fue uno de los del trío que evaluó mi obra para entrar a la UNEAC y dijo en ese momento: «He leído casi todos los poemarios publicados por Carmen Serrano. Fui jurado del trío que recibió el encargo de evaluar su obra para un posible ingreso a la asociación de escritores de la UNEAC; unánimemente estuvimos de acuerdo en que su obra lo merecía» y continuó: «Su último cuaderno titulado Esas ovejas que nos balan dentro me ha impresionado y he llegado a la conclusión de que su poesía ha alcanzado la madurez que exigimos los lectores a los poetas» Gracias amigo Marré, trato de caminar despacio hacia el sitio donde te encuentras y donde ya debes estar con tu querida esposa que no resistió tu pérdida.
Sigo leyendo, sobre todo tu poesía y un día, releyendo el poema titulado «Intemperie» que escribiste a uno de tus hermanos, me dio por dedicarte el siguiente soneto que ojalá te guste:
A MARRÉ, EL OTRO CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA
He vuelto, estuve frente
a la casa de nuestra infancia
preguntándome, preguntándole
cómo ha sido posible que nosotros,
tan endebles, estemos todavía en pie.
Del poema «Intemperie»
LUIS MARRÉ
Te supongo montando tu mula carbonera,
tejiendo las palabras con hilos de ficciones,
o buscando nereidas por campos y estaciones
en donde dormitabas para acortar la espera.
Tu quijotesca estampa se nos volvió quimera,
tu agudeza y humor no entraban en razones, ;
sonreías ¿sonríes? Bellaco que te impones
ante una situación que otro no comprendiera.
Ya ensanchaste el silencio al apagar tu voz
pero dejas la mesa servida por la madre
que no pudo llevar ni un mendrugo a la boca.
Aquella última vez me hablaste de la tos,
de lupa que no puso la visión en encuadre,
pero nunca me hablaste de la terrible muerte.
Ahora coge tu lira y con dominio toca
para apreciarte, ya, que no podremos verte.
Y, como por arte de magia, encontré la entrevista que le hizo mi otro gran amigo Virgilio López Lemus, y es que parece que me persigue la obra de este, de manera que casi nunca puedo escribir algo que me deleite sin acudir a alguna cita suya, por ello cerraré este amoroso comentario con una pregunta de Virgilio, que tan bien supo contestar Marré:
— ¿Qué es para Luis Marré la poesía?
— El agua y el pan son los alimentos del cuerpo, el amor y la poesía son los alimentos del alma. Esto no quiere decir que el poeta esté satisfecho siempre, porque cuando más persigue a la poesía, ella menos se le entrega. Mi experiencia dice que no hay que buscarla, nos sorprende en el momento y lugar más inesperados. El poeta se propone un poema y pone a su disposición su oficio, pero esto no significa que logre atrapar la poesía.