SOBRE EL LIBRO EPÍLOGO DE LA RESISTENCIA

SOBRE EL LIBRO EPÍLOGO DE LA RESISTENCIA

Carmen Serrano Coello nos habla del amor. Su modo de acceso al sentimiento es íntimo, de constante delicadeza, urdimbre que teje con la memoria y con la convicción de que el tiempo le ha ofrecido el caudal necesario para asumir estos versos con veraz intensidad.

Su capacidad para mover los hilos del sujeto amatorio, acercándolo y alejándolo con destreza, dudando y a la vez ejerciendo el oficio de poeta con firmeza, dice claramente que estamos en presencia de una voz que sabe compartir las emociones para que todos afirmemos lo que ella cuenta.

En este poemario, la aprehensión de experiencias compone una suerte de sonata, en la que cada verso logra su armonía en el conjunto. Epílogo de la resistencia es un homenaje a lo vivido, creado con rigor y amable mirada.

Realizado en España (UE)
www.vivelibro.com
© Carmen Serrano Coello
Edición: Lourdes González Herrero
Diseño y Diagramación: Rebeca Pantoja Álvarez
Ilustración de cubierta: Flora Fong, Luz y Esperanza, 2008
Técnica mixta (120×80 cm)

La presencia está ahí, entre visiones

Aún está llegando,
la efigie no logra reducirse,
se mueve haciendo que emerja la atracción.
El rostro suprimió las plantas y sus flores.
Al volverse,
la espalda abarcó el resto del espacio.
El instante está ahí, no logro que se extinga,
si se marcha en su viaje de albas,
regresa de incógnito en emisión de voz,
agitando la ligereza adormecida.
Permanece en el rumor del ave que canta todavía,
entre las rosas que llegaban con los amaneceres,
en la piel donde el abrazo dejó huellas.
Quiero decir adiós
pero todo permanece en el lugar,
despierto con la respiración entrecortada,
algo similar al hechizo de Midas
me persigue:
todo cuanto toco
se convierte en su presencia.

Alegoría de tu imagen

Tu imagen está en ese espacio
en las malezas donde entro
huyendo del horizonte que me rodea
con sus seres normales,
sus torpezas, sus limitadas pérdidas
en el juego que vuelve y devuelve
las ganancias irrisorias.
Baño esa imagen con agua de azahares,
le suavizo los gestos,
la tomo de las manos para llevarla a disfrutar la lluvia,
que envía señales atractivas de una cercana floración.
Esa imagen está ahí para mí,
no la dejo desandar con tu cuerpo que roza los zarzales,
los hechizos, las noches sacudidas por
quehaceres infinitos,
los sangramientos de heridas injustificables,
los muros que bordeas
para arribar a parte alguna.
En ocasiones andas de barco buscando un faro inexistente
y el artificio de sus señales te enviará a otros puertos,
donde vuelve a repetirse la mentira de la luz.
Te secuestro, te llevo hasta mi cárcel
para perfumarte este y los futuros hechizos.

Los espinos de las disputas nos persiguen con lanzas de temores,
mientras la autoestima protesta usando su espada de oro
contra la respuesta virulenta del orgullo.
Sonrío, porque puedo considerarme dueña de
esa corriente de agua donde nadie se baña.
Solo tu imagen y yo le vamos conformando una leyenda
a esta suerte de equilibrio, a la que puse muros
fabricados por pájaros que traían bajo las alas
sustancias para construir pirámides,
en las que los colores hacen galas de sus divertimentos.
Nos deslizamos entre ellos
con todo el abandono del ensueño,
que va más allá de la realidad de los seres
normales.

Retrato de la obcecación

¿Cómo sujetar mi alma para
que no roce la tuya?
RAINER MARÍA RILKE

Los días han escapado con su carga de errores,
han programado desacuerdos como si fueran
dueños de lo absoluto,
pudieran borrarnos entusiasmos, aguijonear
sobresaltos,
con un pico de luna en cuarto menguante.
Abrimos las ventanas de contemplar las
sombras y el silencio,
ellos andan poniendo candados a las rejas de
las fantasías.
Te busco por todos los lugares donde siempre
has estado,
y es extraño que nadie te recuerde, que no
tenga tus huellas
el amor que vas colocando en cada terreno
tocado por tus pasos.
El vacío me ha sustituido, ha quemado con su sol
las flores, sin las que no concibo convocar
palabras,
como si mi voz también surgiera de sus
plantas.
Sé que aquel lugar es inseguro. Me advierten
que debo detenerme.
Fue entregado a las víboras de los desánimos, a
semejanza
de un final que esperó en las estaciones por un
último gesto
que no llegó a mover las manos para decir adiós.
Salí y vine a asilarme en el paisaje del nunca más,
donde la puerta del orgullo ha bloqueado
movimientos.
No puedo volar a la deriva con esas alas de
imposibles,
con las que, sin darte cuenta, mantenías mis afanes,
convertidos en una forma de extrañar más allá
de lo perpetuo.
Oigo voces, andas reclamando mi presencia,
Ese colibrí es el amuleto para lograr los
objetivos; no puedo ser astuta,
por eso se me escapan estos días hacia un
refugio donde no logro entrar.
Voy dejando las fuerzas en las ramas,
entre los animalitos rastreadores que me
muerden. No tengo miedo.
Me impulsa la proximidad del encuentro, ya
siento tu olor fresco,
ese arroyo limpiará mi cuerpo. No somos lo
que éramos,
aunque no volvamos a encontramos, la magia
de la belleza
mantendrá la mocedad. El crepúsculo abre sus
brazos,
nos une. El minuto posible ha ganado y ahora
es inmortal.

Suéltame las manos

Amor que llegas a deshora,
suelta estas manos que no pueden sostenerte:
no provoques el temblor de lo inasible,
observa cuanto quedó tras el diluvio, y parte.
Si te complace, déjame los espejismos
formadores de oasis
en este desierto que me nubla la vista
y redobla la sed.
De nada vale regar estas plantas marchitas.
No sobrevivirá la delicadeza de sus últimas
flores;
un soplo impetuoso arrancaría sus pétalos
que podríamos arruinar con nuestros pasos.
Detengámonos. Ha caído la noche de repente,
y una niebla espesa nos espera en la mañana.
El cristal de este tiempo ya es solo partículas.
No tengas pena, no: suéltame las manos,
intentaré mantenerme equilibrada
hasta que tu imagen se pierda en la distancia.

Renunciación

Al fin llegó la hora de la sensatez,
la de parar la máquina donde se atrofiaban las palabras
y amarrar con dogal corto el sentimiento.
Hay que decirle al desvarío que no despierte tanto,
que no acueste junto a mí a esa otra presencia.
Aquel que todo lo recibe está pensando lo contrario,
por eso está ahí haciendo antesala a nuestra
obediencia.
Riamos y marquemos algún pase de baile.
Si volvemos a caer
busquemos las formas de innovar acrobacias,
de domar la flaqueza con el látigo de la seguridad,
y suprimamos los mensajes listos para el envío.
Si no llega la respuesta esperada, cocinemos pan
para nutrir el hambre del refuerzo.
Barramos, sin levantar polvo, los últimos temores,
y si la respuesta a nuestra falta de envío no aparece,
quememos todos los intentos. En este episodio
no queda nada por salvar.

Consecuencia imprevista

Empezarás de nuevo, me advirtió el desencanto;
incrédula continué sin vestigio de inseguridad.
Me despedí de las rutinas, del último mensaje
ilusionista,
del desvarío que producen las falsedades,
y volé en el ave osada de la resolución.
En un segundo encendí un sol de rebeldía,
y con el uso del arma de todas las razones
me creí vencedora,
capaz de manejar con firmeza el destino trazado.
Eché a andar por aquella ruta colmada de fantasmas.
Sin siquiera darme cuenta,
un día me encontré desandando el camino
con la mitad de las fuerzas perdidas.

CANTO I

Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo
y lamentablemente no pude recorrer los dos.
ROBERT FROST

Viviste esquivando los accidentes diarios,
mientras danzabas atraída por el ritmo de
disímiles sonatas.
Tropezabas, enloquecías
tras oír una palabra innovadora en un instante feliz.
Traías el hambre de un gesto, de un abrazo,
y te rehicieron cuando fuiste complacida y, aun atónita,
intentaste idealizar los combates perdidos en el tiempo.
Creías no tener nada, que el joyero estaba vacío,
pero te fueron restituyendo las joyas más armónicas,
con las que te engalanaste el pelo, el regocijo.

Las aguas de las defraudaciones desaparecieron
entre la frescura de rosas de una mocedad alucinada.
Mientras descansabas sobre el lecho de la embriaguez,
los súbditos del edén te cubrieron con sábanas órficas,
te abanicaron sin observar que la bruja te trajo la manzana
que fuiste devorando en medio del placer del sueño.
No has despertado ni despertarás,
el príncipe fue atraído en la intercesión de dos caminos
y escogió aquel en el que tú no estabas.

CANTO IV

Sí, tú eras esa muchacha
que se pintaba los labios con poesía.
La misma que desesperada leía a Neruda
en sus Veinte poemas de amor…,
la que disfrutaba la pintura de Renoir
y posó desnuda para él entre «Las grandes
bañistas».
Estuviste hecha a la medida de aquel gusto,
te apartaste discreta para hacerle el juego a la
sensualidad.
Disfrutaste el «Vals de las flores»,
hasta le enseñaste a bailarlo pie entre pie,
mientras, tibia paloma, con el pico le arrullabas
el oído.
Lástima que paró la música
y la muchacha ya no está.

Al fin logré encontrarte

No supe interpretar el vaticinio,
pensaba solo en los ángeles,
en las diáfanas agitaciones de sus alas.
Ya había espantado mis demonios;
se me hacía placentera
la paz del advenimiento, del futuro programado.
Después del gran traspié, me quedé dando vueltas,
y ante el vértigo invoqué a la pericia.
Al chocar con la pared de la inconformidad
se me dispersaron las pretensiones,
Gracias a unas mágicas palabras
logré encontrarte al fin en el poema,
allí te habías ocultado.
Desde entonces escribo más poesía.
Ahora que sé dónde buscarte,
no te dejaré partir.

Efectos de cambios

Quiero cortar esas rosas que cultivaste
en el jardín de mi historia,
son símbolos de las nieblas
por donde te fuiste,
dejándome las horas encantadas.
Viene envuelto en su túnica de olvido
un cosmos de fantasmas y silencios,
tratando inútilmente de que acepte sus códigos,
de cortarme el recuerdo con su hachuela afilada,
pero vienes a su lado vestido de ternuras
y todo se evapora
ante la estela de tu imagen,
esa que cuando intento abrazar
se incorpora de nuevo
al carruaje de la ausencia.

Asumiendo los cambios

…cuando volviste el rostro era la noche…
FINA GARCÍA MARRUZ

Supiste que podías llegar lejos,
regia amazona sobre rocinante,
y que invicta llegarías triunfante
a disfrutar de cálidos festejos.
Adarga al brazo, venciste complejos
disturbios, con aplomo en el semblante
y derrotaste el miedo apabullante
del cual ya no te quedan ni bosquejos.
Alzaste la rosa contra el cardo,
y domaste, guerrera, hasta al leopardo
de la soledad, sin amargura.
Diste golpes de luz a la incultura,
y vencido el último revés,
hoy asumes, estoica, la vejez.