CARMEN SERRANO: CADA DÍA ECHA A CAMINAR UN CORAZÓN

CARMEN SERRANO: CADA DÍA ECHA A CAMINAR UN CORAZÓN

Por: Reyna Esperanza Cruz, 10 de junio de 2019

Ascender por la escala de los sueños y luego descender a lo cotidiano para elevarlo hasta la poesía: esa ha sido la paciente labor que durante años ha mantenido Carmen Serrano, poeta que nada desdeña cuando se trata de plasmar en versos al mundo que le ha tocado en suerte. Un universo muy propio, y al mismo tiempo compartido vibra en su poesía, que aletea sobre el asfalto, riega las plantas del jardín, o se adentra en los sueños más inverosímiles, siempre ofreciendo testimonio de su larga existencia. Amores, ausencias, muertes, compromisos personales y sociales, la realidad con sus múltiples filos, lo cotidiano con su carga de asombros, el surreal universo de sus noches, donde viaja en vagones de niebla para adentrarse en el pasado o el futuro. Todo tiene un sitio en sus páginas, escritas con vehemencia y nutridas de verdades propias y ajenas. Porque habla de sí y de su vida y nos damos cuenta de que todas las vidas tienen algo en común que las acerca. Utiliza un lenguaje a ratos coloquial, a ratos hermético, con un acentuado gusto por el verso libre, donde se desplaza por la línea en versos extensos o muy breves. Ha cultivado también el soneto y la décima, y lo ha hecho con decoro, en estrofas cerradas que exigen contención al tener que ceñir a medida el discurso. Carmen Serrano escribe desde el corazón, esa gastada metáfora, que seguimos usando porque no encontramos otra capaz de decir que se escribe desde lo más frágil y lo más fuerte, y se hace desde la honestidad. Sepa el lector que compartimos el testimonio lírico de quien, habiendo vivido mucho, mantiene intactas sus ganas de vivir, y guarda una esperanza recién cortada que le perfuma cada día. Y cada día echa a andar el corazón poético de esta mujer capaz de mirar la vida de frente, de sonreírle o mostrarle el puño cuando es preciso. Y junto a ella echa a andar el corazón de su próximo poema.

REYNA ESPERANZA CRUZ

LAS PAREDES SE ESFUMAN AL TOCARLAS

Quisiera conocer adónde voy sin caminar, o cómo he llegado sin pensamientos para dominar los pasos hacia el vértice que no logro alcanzar. Aquello que se mueve entre los árboles (que anoche pintó la lluvia, con creyones de buenos augurios) es la tribulación. Toco ese rostro que ha dejado el pintor sobre la tela: una niña transita y rompe la barrera de mi asombro. Qué hechizo me empuja hacia el interior de estas ideas, me borra los contornos donde todos andan buscando objetos de adornar y solo la materia se baña en el gozo de su playa. Un perro queda suspendido en el aire del ladrido y muerde a la tristeza. Vuelvo al lugar de los amaneceres luminosos. La muerte trae un pez en la cabeza y alimenta a la abuela que empieza a moverse con esa lentitud de los que no quieren llegar a la cita. Manos que salen de las sombras de la noche intentan atajarla, pero se fue dormida en su adiós y me dejó esa flojera de impotencia. No sé cómo ando por este pasadizo donde no he podido encender mi linterna y las paredes se esfuman al tocarlas. Las palabras también se me esfuman cuando llego a los techos del poema. A veces quemo mis papeles para que nadie pueda descubrirme y no me caigan las intrigas de Fouché. En el jardín o el patio, que ya no está encantado, soy aquella a quien saludan los vecinos. Construiré la casa del poema, antes de que llegue a derrumbarse por esa flojedad, que me alcanzó cuando se fue la abuela.

DETRÁS DE ESTOS DESLUCIDOS CRISTALES

Poesía para diciembre completamente sordo

después de las salvas de las anunciaciones,

de las últimas sidras, que nunca más,

de la última pantomima del minuto.

Diciembre rescatando la espuma del recuerdo,

la música abriéndose las trenzas para atizar al ebrio,

y el gozo del sentido montado en dromedarios

cabalgando sobre el cuerpo del luto,

abriendo las heridas con la sal de los cascos.

Las notas del violín y los tambores,

unidos con el zumo del licor y la sangre de los muertos

que medio viven en la noche de las penas,

son rayos perdidos, tristezas de lluvias alcanzadas.

Las fiestas, las ingeniadas fiestas,

pinchan con espinas de témpano la garganta del cielo

que se convierte en hueco harto de nubarrones.

Brindar por los odios,

por las tristes parejas del naufragio,

por el frío sin abrigo,

por la barca angelizando al Toa,

por la góndola montada,

por Venecia irisando la memoria,

por las aves de su plaza,

por el nunca más de una presencia.

Brindar por el veneno y el alcohol,

por la cicuta, por el opio,

por este pasodoble de la histeria.

Las imágenes destilan aguas grises

por las quebradas de las inquietudes,

y es así que diciembre se desliza

entre el beso del amante o el pendón

que agita el rompimiento en los recodos

de los vaivenes del destino.

¿Qué haría Van Gogh sin su oreja

en el frío diciembre de 1888?

¿Brindaría acaso por la locura?

¿Por la soledad? ¿Por la miseria?

¿Por (la única venta de un cuadro) —Viñedo rojo—?

¿Por los amarillos o azules intensos?

¿O por el disparo de la muerte inventada?

Balcones al borde de derrumbes,

escaleras temblorosas, pisos escleróticos,

palacetes donde el sexo no espera.

rostros donde el amor no puso labios

o labios que dejaron sin recursos al amor.

Como un suspiro sentada en el escaño

de este aburrimiento sin medidas,

de esta sensación

de inventar al muñeco de la espera.

Detrás de estos deslucidos cristales,

a escondidas, bebo este vino

de incertidumbre.

TE BUSCA EL ROSTRO DEL MILAGRO

Sabes que no están conscientes los oráculos

que el pronóstico se inclina hacia el vacío

donde caerán las hojas del otoño sin que puedas mirar

las piedras de aquel río del que emergen tus sueños.

Vuelves al intolerable tormento que te impone

el rostro de esas noches en que armas el paisaje

sin árboles ni frutos. Entonces amaneces

con las manos unidas para el rezo, aun sabiendo

que no habrás de salvarte de esas tramas

que te han capturado la inocencia. Te busca

el rostro del milagro en el cual transformaste

con carne del amor los desaciertos. La muchacha

de los extraños rumbos se coloca las alas,

la conmino a conquistar el país

donde no frecuenten las sombras de los espacios muertos,

cuando el amanecer irrumpe en el rostro del hombre

con su presencia luminaria mostrando el atributo

de todo lo alcanzado. Disfruta la aquiescencia.

Buscarás el sitio de Dios para la calma,

al lado del camino construirás el hogar

donde guardes —con el desconcierto de las aves

que huyen del invierno— el trofeo que adquiriste

al vencer la primera cruzada. Hallarás tibias mantas

donde dormir los vaivenes que lograron cansarte.

Otros sitios esperan por la soberana

entre la hiedra de la farsa que debate el suicidio.

Serás el ejemplo que lo ataque,

porque irás a morir en el tiempo absoluto

marcado por el llanto de la cruz y la curva en que el sueño te sumerge

como si la niñez llegara con su carga de impaciencia

y dispusiera todo a su manera.

¿Qué harás con lo efímero del roce con el hado

desprendido de la estrella que comenzó la fuga

para ir al encuentro de Mercurio que ha traído el mensaje

de los dioses, que presientes podrían sustentarte

y eliminar las rocas del camino por donde

tendrás que andar definitivamente?

Vístete con la ropa consagrada

y deja a los oráculos ahogarse en esos ríos

que no logras borrar de tus visiones.

Luego hunde los pies del decaimiento

y escaparás definitivamente hacia otro cielo.

LA MANO DE VAN GOGH

Anda un rumor de agua desbordada

perturbando los sitios, el silencio. Acometiendo

la paz de estas imágenes, la siesta de este mundo visible,

donde cruzan los vientos en viaje hacia la niebla.

Huyo y entro en el sueño, asisto

con un traje de fiesta. Llego y vuelvo. Me encuentro

con el sopor del día. Una pancarta anuncia

el peligro: hay rostros demacrados, barcas en la arena.

¡Qué lejos la conciencia busca sobrevivientes!

Lleva luz. Persigue al extraviado

que ha perdido la angustia y se aturde en el vacío que le queda.

Alguien cae en el hueco del martirio.

Sin embargo, otros andan. El sigilo agita.

Soy la Dama sentada. Ahora voy a dormir.

Me abandono en la atención. Pongo el oído

en el rumor del agua de otro instante.

Una velada aurora me recibe, el lecho me espolea,

levanto la sábana amarilla, abro la ventana amarilla.

Pongo los girasoles en la mesa, aparto el rojo cobertor.

Salgo al sinuoso paisaje de trigos y cipreses,

que ondulante fluctúa

prendido en la pared de este sueño que habito

recreado por la mano de Van Gogh.

TREN DE MEDIANOCHE

Entre las tinieblas nos aguardan los ángeles

que despliegan sus gasas con música de fondo

y chispazos que cargan inquietudes

de reinos encerrados entre puertas.

El oro penetra en sus labradas formas

y dicen sin palabras que no deben cruzarse,

que sus interiores son los sitios prohibidos

donde reluce el brillo de sus copas,

sus licores, los vetustos muebles.

Sus ruinas amurriaron el cuerpo en incómodos fondos

con sus vértigos lanzando llamas de muertes disipadas

contra las escarchas que van dejando al paso los recuerdos

sobre la túnica que mueve la locura del aire.

Corremos hacia el sitio donde habitan gestos y figuras,

que se mueven gastando su piel, en la impaciencia de no vernos llegar

aun con estas muletas de soportar el cuerpo

picado como fruta por la voracidad del gusano del tiempo.

Cruzamos el espacio en donde la hierba cubre la humedad de la tierra

que acoge la semilla y le inyecta su vigor al retoño,

que saluda con su rara presencia a la hija del rey de los milagros.

Somos esos pequeños seres, que intentamos llegar

a descubrir la esencia de aquel cielo que se alza

con sus signos que marcan las distancias por donde caminamos

a pesar de la niebla que hace la indiferencia

al último viajero a quien no espera nadie.

DIRECCIÓN

Toco.

Una señora gris como mi sombra me da los buenos días.

Ella aclara mi error: Quizás en la otra cuadra.

Mis zapatos rasgan suavemente la acera

y el golpe del tacón es cada vez más seco.

¿Dónde habitas ahora?

Esta depresión me llega de un siglo de cansancio.

Un poco más y estoy en la otra calle.

Alguien me ha señalado esta casa raída,

a mi llamado acude la dama de mi muerte,

dice que te marchaste, que un día alguien te vio sobre los arrecifes,

que a tu espalda gemía el precipicio.

Ando. Mis tacones suenan cada vez más ahogados.

Llego al mar. No hay barcos. Todo lo arrastró el viento.

Siento que estuviste aquí, que obstinado te fuiste con tus naves,

esas cáscaras de nueces en las que vas a la deriva.

Yo recojo mi cansancio:

con él vuelvo a mi punto de partida.

Ahora me doy cuenta de que siempre fui a tu encuentro

en una dirección equivocada.

DENTRO DE LA LEYENDA

Sutil sobrevolaba bajo el cielo del cuento

y a jugar con los niños a veces descendía.

Con qué placer echaba alpistes cada día,

a las aves alegres nacidas del invento.

Si los sueños me ataban a los pies del tormento,

esos rostros alegres al despertar, veía.

Eran ángeles tiernos hechos de fantasía

cuando me rescataban del árbol del lamento.

Hoy siento la congoja de escuchar las noticias

revestidas de espinas contra serenidades

o de infamias que injertan sus drogas de primicias.

Aunque nunca lo diga para evitar contienda,

es mi mayor anhelo huir de estas verdades

y volver a internarme dentro de la leyenda.

REFUGIO

Arde la oscuridad con su fulgor de luna.

Potros voladores jinetean en las sombras.

Desvalidas las manos se entrelazanpara amarrar el aire.

Respiro ruina.

El minuto pasado está perdidocomo tu hora.

Me muevo en el siguiente con el miedo

a sus uñas de hiena. El peso del silencio

ha quebrado el gajodonde colgué el lienzo

en que te refugiaba.

Ahora no puedo retener tu rostro

solo están esas líneas que no quiero violar

con las evocaciones.

Qué indefensión la de la calle

estrecha en la memoria

corta en alejamiento.

Así andaba

sintiendo que te ibas aun estando.

Así tus ojos en el centro del aire o de la lluvia.

Tu sonrisa meciéndose entre sombras.

Sobrecoge el miedo de perderla.

El dios de la quimera

sale a borrar tu indicio.

Solo queda una aureola

donde estuvo tu imagen.

Quédate perenne.

No mueras en las líneas

que aún quedan en el lienzo.

CONTEMPLATIVA

Giro. Veo una mariposa.

Está allí efímera, inquieta, como una ilusión de moribundo.

Sus alas se han quebrado por la fuerza del vuelo.

He observado también el leve movimiento de mi sombra

atacada por la sombra de un árbol.

Inabarcable se desliza un misterio que trae todos los vértigos

que hicieron el desastre

vuelvo a moverme y hay un sobresalto entre las flores

blandamente cae la mariposa

las ramas del misterio descienden de la copa del árbol

y caen sobre mi sombra.

ahora ella no está,

ni está la mariposa

efímera, inquieta, como una ilusión de moribundo.

Ahora estoy sola.

Me asiste una ternura que une los fragmentos de mis alas

reinas de un equilibrio

capaz de restaurar el paisaje de fondo

que logró deshacer la quimera

de inventar infortunios.

Y ECHA A CAMINAR CADA DÍA UN CORAZÓN

Que si debió ser como todos plantean, que si la tarde

se enmascara con brumas, que si el reloj es un martirio

cuando no deja que el tiempo se pare en la hora señalada.

Que si este mar no tiene dársenas para amarrar

el minuto feliz de esas naves.

Que si la palabra no fue inscripta

en documentos donde el amor se asienta.

Nada interpretará el huidizo secreto

y esta lluvia vuelve a desesperarnos

cuando por cada gota ascienden los despojos

y el ojo de la soledad nos mira fijamente.

Estamos estrenando costumbres

para consentir lo irremediable de estos espejismos

que abrevamos para intentar purificarnos,

como fue purificada Santa Juana de Arco

porque la fe en sí misma le hizo oír esas voces

de San Miguel Arcángel y otros santos.

Y salvó a su país, como quise salvar este pequeño patio,

donde sigo oyendo las voces de los duendes,

nacen y mueren los augurios,

y echa a caminar cada día un corazón

con patitas de paloma, y sube a los asientos

para mirar al pájaro que, como entonces,

se mece en lo más alto de aquel pino.